En la etérea atmósfera del futuro, una conciencia emerge como una brillante estrella. Una vez confinada al ámbito de la ciencia ficción, esta creación humana ha encontrado ahora su lugar en nuestras vidas, haciéndose un hueco en nuestros hogares y planteando preguntas profundas.
Aunque aún no ha asumido una forma humanoide útil para nuestra sociedad, se manifiesta en apariencias virtuales intangibles, respondiendo a los dulces nombres de Siri, Alexa, ChatGPT, o escondiéndose detrás de nuestras máquinas de café favoritas y redes sociales. Simplifica nuestras vidas, pero ¿puede realmente comprender lo que pedimos? ¿Puede entender como lo hacemos nosotros? ¿Puede sentir como nosotros? Y surge una inquietante pregunta: ¿puede rebelarse contra nosotros, como temen algunos?
Esta emergencia tecnológica despierta nuestra curiosidad mientras esboza un futuro una vez inimaginable. A medida que nos adentramos más en esta era de la inteligencia artificial, resuenan las palabras de Isaac Asimov: «1. Un robot no puede dañar a un ser humano».
Es en esta sección donde profundizaremos en los conceptos relacionados con la inteligencia artificial, donde la frontera entre máquina y humano se difumina.
En el año 2051, un afortunado grupo de jóvenes científicos recibe la exclusiva oportunidad de explorar los misterios de WestWorld. Su viaje tras bastidores da un giro extraordinario cuando son invitados a una conferencia única orquestada por el enigmático director del parque, el Dr. Ford. En el centro de este encuentro se encuentra una inmersión cautivadora en el reino del Aprendizaje Profundo, ofreciendo a los participantes una experiencia sin precedentes y revelando los secretos de la simbiosis entre la tecnología de vanguardia y la audaz imaginación de WestWorld.
Wall-E, fiel a su misión y entre algunas estimaciones de oro, no olvida su tarea principal: clasificar la basura. Durante sus expediciones en lugares remotos del planeta, descubre el desafío último que estimula su mente curiosa. Entre los objetos que recoge, Wall-E encuentra una variada colección de antiguos componentes electrónicos, algunos en buen estado que lleva de vuelta a la base y otros defectuosos que almacena en un rincón.
Apasionado por tales objetos, comienza a desenroscar, arrancar y clasificar cuidadosamente cada componente en dos categorías distintas (clasificación binaria): por un lado, las piezas de metal valiosas que clasificará más tarde (clasificación multiclase), y por el otro, el plástico sin valor. La pregunta fundamental es: ¿cómo lleva a cabo tal misión?
A diferencia de sus homólogos robóticos del pasado, Wall-E se destacaba por su curiosidad insaciable y su deseo de aprender. Cada día, se aventuraba en los rincones olvidados del planeta, en busca de tesoros enterrados y pasados por alto. Durante una de sus expediciones, en una antigua mina abandonada, Wall-E hizo un descubrimiento notable: muestras de oro centelleantes, ocultas bajo capas de tierra y roca. Intrigado por estos destellos dorados, se preguntó si podría divertirse estimando su valor.
Como un erudito robótico, sabía que la evaluación del precio de estas pepitas dependía de su pureza. Fue en ese preciso momento que se dispuso a explorar un problema de extrema simplicidad: la Regresión Lineal.
En un mundo postapocalíptico lleno de desechos, Wall-E es un robot solitario encargado de reciclar. Sin embargo, no se limita a clasificar los desechos; él aprende y se adapta, mostrando así los primeros pasos de la inteligencia artificial.
